Por Juan Pablo Ojeda
En México, la ciencia y la esperanza de miles de familias están empezando a caminar juntas. Un innovador estudio realizado en Jalisco ha demostrado que la flora, la fauna y hasta la temperatura del suelo pueden ayudar a detectar fosas clandestinas, incluso en terrenos lejanos o de difícil acceso. Se trata de una investigación sin precedentes, resultado de la colaboración entre científicos, universidades y, sobre todo, colectivos de personas buscadoras que, ante la inacción, decidieron hacer de la ciencia una herramienta para la verdad.
El proyecto, titulado “Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan”, fue presentado este viernes en Jalisco por la Comisión de Búsqueda de Personas del estado (Cobupej), junto con familiares de personas desaparecidas. El objetivo es claro: generar nuevos métodos más seguros y precisos para detectar sitios de inhumación clandestina, y con ello, reducir los riesgos para quienes los buscan.
La clave del estudio está en leer lo que la tierra dice. Literalmente. Según explicó Tunuari Chávez, director de análisis de contexto de la Cobupej, el cuerpo humano, al descomponerse, deja una huella en el entorno: floraciones inusuales, escarabajos con trazas orgánicas, cambios en la química del suelo, en el flujo del agua y en el comportamiento de la vegetación. Todo esto puede interpretarse como una “firma ambiental” de que debajo de ese espacio puede haber restos humanos.
Para comprender mejor estos procesos, los especialistas crearon diez espacios de prueba donde enterraron restos de cerdos —que tienen una descomposición biológica similar a la humana— para estudiar cómo reacciona el entorno a lo largo del tiempo. Así, van afinando qué señales buscar en terreno real y cómo diferenciar un suelo natural de uno alterado por una fosa.
Pero esto no es solo teoría. El modelo ya se está aplicando para planear búsquedas más efectivas. “Cuando un colectivo nos pide ir a una zona, primero analizamos si hay señales que coincidan con lo que ya sabemos. Eso nos permite ir con mayor certeza y menos riesgo”, explicó Víctor Hugo Ávila, responsable de la Cobupej.
La metodología combina experiencia de campo con tecnología de punta: drones con cámaras multiespectrales, hiperespectrales y térmicas, geófonos para captar ruido sísmico (como el movimiento de fluidos en el subsuelo) y georradares para visualizar capas subterráneas. Todo esto permite mapear con precisión lo que no se ve a simple vista.
El proyecto no solo es técnico: también es profundamente humano. Los colectivos de familiares fueron pieza clave desde el inicio, compartiendo su experiencia y conocimiento del terreno. Son ellos quienes, desde hace años, han aprendido a “leer” la tierra a fuerza de buscar a sus seres queridos sin descanso. “Esto es una esperanza —dijo Ávila—, no como quisiéramos, pero al menos para saber dónde están”.
La investigación es respaldada por instituciones como la Universidad de Guadalajara, la Universidad Politécnica de la Zona Metropolitana de Guadalajara, el CentroGeo, y las universidades británicas de Oxford y Bristol. También cuenta con el apoyo de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación.
Con más de 129 mil personas desaparecidas en México —y con Jalisco como el estado con más casos registrados— esta investigación es una luz en medio de una crisis profunda. Y lo más valioso es que combina lo mejor del conocimiento científico con la fuerza incansable de las familias buscadoras.
En un país donde la tierra guarda secretos dolorosos, aprender a escucharla puede ser la clave para encontrar a quienes nos faltan.